jueves, 3 de noviembre de 2016
Zaragoza.
Hasta los últimos 5 años de mi vida, tan sólo había estado una vez en mi vida en Zaragoza. Fue para unas fiestas del Pilar, recién licenciado del servicio militar y mi recuerdo de esa visita estaba muy nublado de excesos, cosas de los 20 años. Desde hace 5 años sin embargo, mi visitas han sido frecuentes, por motivos personales y laborales, la he visitado en incontables ocasiones.
Desde siempre me llamó mucho la atención, el vacío de la oficialidad catalana hacia Aragón y en particular hacía Zaragoza. De la Comunidad vecina con la que mas límite compartimos solo se habla de esa pequeña franja donde hay unos millares de catalonohablantes. Valencia y Mallorca ocupan cientos de minutos de programas, debates, reportajes y documentales en los medios "oficiales", de Aragón mas allá de Fraga no sabemos nada. Curioso que eso pase en un lugar, donde el pasado parece presente. Ese rechazo a lo que en un tiempo fue territorio común, osea Reino de Aragon, siempre pensé que se debía al idioma, en Zaragoza se habla castellano, además un castellano muy especial y encantador, aunque si paras bien el oído, escucharas muchisimos catalanismos castellanizados. En Zaragoza la gente "charra" y no habla. Ese rechazo en el fondo es una bendición para los aragoneses, ya que debido a el, el nacionalismo catalán no tiene veleidades colonialistas, ni actitudes de injerencia en sus asuntos, como si hace con todo descaro con Baleares y Valencia.
Aunque mi teoría, ahora que conozco a fondo la capital del Ebro, yo mismo la pongo en duda. Zaragoza es una ciudad moderna, agradable, a pesar de esa climatología tan especial y dura, que hace que el sol te aplaste contra el suelo en verano, o ese cierzo helado de invierno que te cura como una longaniza, es acogedora, te sientes bien aun siendo de fuera. Sus habitantes han sabido construir una ciudad moderna, sin nada que envidiar a ninguna de las grandes capitales de la Península Ibérica, sin renunciar a ese alma de pueblo. El ajetreo y el movimiento de una gran ciudad, conviven con esos momentos de calma y paz propios de un pueblo, a ambas orillas del Ebro.
Sin embargo, para el visitante como yo, que viene de tierras del este Zaragoza es mucho mas que eso. Es un respiro, una descoprensión, un alivio. Llegas desde un lugar donde esta todo politizado, hasta la mínima nimiedad, se politiza, se analiza y se sitúa en un bando. O de los nuestros o de ellos. Donde las balcones se usan para declarar abiertamente en que bando estas, donde el libro que lees, la emisora que escuchas o el periódico que compras, provoca miradas de desprecio o sonrisas cómplices. Donde desde los carteles de una fiesta mayor, hasta la programación de los teatros municipales tienen algún mensaje. Donde lo público no es para todos, sino para los mios. Donde sin ningún reparo, se ha construido una monumental maquinaria propagandística dirigida y centrada solo en una parte de la población y si no te gusta toma tres tazas. En poco mas de dos horas en coche, llegas a un ciudad, donde ese ambiente agobiante y comprimido simple y llanamente no existe. No hay balcones con banderas, no hay gente en bandos. La plaza Aragón esta coronada por la cuatribarrada bandera del Reino Aragón y el centro de la plaza de España presidido por una rojigualda. Del ayuntamiento cuelgan las banderas oficiales, los símbolos se limitan a los imprescindible, no son invasivos del espacio público, ni mucho menos se usan para situarte. Para mi al menos Zaragoza es aire puro, libertad. Con una oferta de ocio cultural para todos los gustos y sin mensajes ocultos, con espacios abiertos y calles atestadas de gente, pero sin sensación de agobio, sin la presión de ser señalado según donde vayas o por donde te muevas. Una ciudad donde la política no se ha convertido en el rector de la vida de sus ciudadanos y visitantes.
Tal vez sea por eso y no por el idioma, el motivo porque la "oficialidad" nacionalista, siempre ha dado la espalda a Zaragoza. A una hora de Lleida hay una ciudad donde la gente no tiene que situarse en un bando. Una ciudad, moderna, abierta, viva, con historia, con presente y con futuro y mas que lo tendrá en parte gracias al nacionalismo catalán, que se ha empeñado en convertir en mierda todo lo que toca y en oro aquello a lo que la da la espalda.
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